Trigésimo cuarto día: Dolor en la azotea.
Suenan cañonazos en el ático,
golpes de martillo acompasados
y el ritmo de una letanía gregoriana,
digna del mas impío de los papas.
Con dada punzada de dolor se nubla
el rostro y la carne adquiere el color
de las paredes, blancas y rugosas
de una habitación que se va haciendo
pequeña a pasos de gigante.
Cuando deje de sonar la música
dormirá el paciente con exceso de
sangre en la cabeza, y el alma abandonará
el cuerpo del delito para habitar entre
las bombillas de la araña que adorna el techo.
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